martes, 1 de septiembre de 2009

Ya estamos en guerra


Manuel Caballero
El Universal, domingo 23 de agosto de 2003
Opinión



Ya estamos en guerra
Con el maltrato a sus presos, el Héroe del Museo Militar declaró la guerra a Venezuela.

En 1933, para celebrar los treinta años de la batalla de Ciudad Bolívar, los más conspicuos aduladores del General Juan Vicente Gómez entre los cuales de seguro ya había un José Vicente Rangel pero ninguna de esas madamas tipo Cilia Flores, Jacqueline Farías, Tibisay Lucena, María Estela Morales, Luisa Ortega Díaz y Gabriela Ramírez (que, como rezaban los documentos de la época, estaban confinadas a ejercer labores “propias del sexo”), propusieron al Benemérito para el Premio Nobel de la Paz. En todos los editoriales de la prensa áulica, en todos los discursos del 5, 21 y 24 de julio, se exaltaba al padrote andino como “Padre de la Paz”.

Buscando averiguar cuánta verdad había en semejante atribución, emprendimos una investigación cuyos resultados fueron expuestos en 1993 en nuestro Gómez el tirano liberal.

Donde perdió Gómez la virtud La conclusión en este aspecto revelaba un retrato diametralmente opuesto, pintaba al Benemérito con otras, y muy negras, tintas: & “la tiranía” (decíamos al final del capítulo titulado “La guerra ha regresado”) trae a la paz los duros métodos de la guerra, en particular el maltrato y la indefensión del prisionero “&” Como la guerra, la paz también tiene sus reglas. “&” Gómez empleó la guerra para combatir en la paz. “El hombre que se jactaba de haber liquidado aquella (&) continuaba, conservaba y ampliaba los métodos guerreros en plena paz : así, el hombre de la paz continuaba siendo el hombre de la guerra. Ésta tomaba la revancha, imponiendo su ley a quien, creía él, la había vencido. Al dejar así Gómez de ser el hombre de la paz, ya tampoco le acompaña la virtú: la pierde donde mismo la adquirió, en la frontera entre la paz y la guerra”.

Desde la intentona de 1992, y hasta 1998, el Héroe del Museo Militar no abandonó su prédica de la guerra. Mucha gente creyó que se trataba de una cuestión de psicología; un intento de compensar con un lenguaje de peleador sin tregua la falta de hígados para practicarlo el 4 de febrero.

El de los pies ligeros Con el amplificador del poder, ha continuado haciéndolo en los últimos diez años. Con todo, los más optimistas pensaban que el susodicho no pasaría de fanfarronear, pues se sabía cuánta velocidad sabía imprimirle a sus pies cuando le estallaba cerca hasta un inofensivo petardo. Otros, menos optimistas, pensaban que de todas formas, esas amenazas estaban conjugadas en tiempo futuro, pero que, por fortuna, todavía en el presente vivíamos en paz. Ya no se puede sostener eso: estamos, en este décimo año del régimen militar, en plena guerra. No por las amenazas a unos colombianos que tienen medio siglo de experiencia en combate por encima de nosotros, ni el intento de pescar en Honduras con una caña larguísima, bien lejos del peligro, sino por lo mismo que hacía a Gómez inapto para recibir el Premio Nobel de la Paz: porque seguía en plena guerra al permitir la más asqueante de sus prácticas, el maltrato del enemigo vencido.

Los gobernantes democráticos no suelen hacerlo, y obran en eso como gente de paz. En nuestra mente está cercano el recuerdo de cómo se trató a los rendidos del 4 de febrero, como el propio y bocón jefe de ellos lo confesó públicamente.

La neverita “para la dieta” Recordamos que casi querían acudir a las Naciones Unidas porque en sus vacaciones de Yare no se les permitían inicialmente teléfonos celulares y televisión a colores; cosa de que se les proveyó ante sus protestas; con la ñapa (como el mismo heroico teniente coronel lo confió en el programa “José Vicente hoy”) de “una neverita para la dieta”, práctica esta última que nuestro rollizo mandón parece haber olvidado. Al final, una tradición venezolana menos generosa que alcahueta le concedió el sobreseimiento; para que comenzase a lloriquearle al electorado, pintándole su hotel cinco estrellas de Yare, como una tenebrosa ergástula.

Comparemos eso con las condiciones en que hoy se encuentra junto a sus compañeros el comisario Iván Simonovis, condenado a treinta años de prisión por la sentencia inicua de una jueza cuyo solo nombre, “marjoriecalderón”, se ha convertido en sinónimo de una justicia sumisa, corrupta y venal, exactamente como en Europa el apellido “Quisling” del miserable títere nazi de Noruega se volvió sinónimo de traidor a su patria.

El colmo de la crueldad Iván Simonovis ha enviado entre otras instituciones al Parlamento Europeo un detallado informe sobre las condiciones en que se le tiene recluido, víctima de la venganza del felicísimo vacacionista de Yare y la desvergüenza de aquella quisling de la leguleyería militarista: reclusión en una celda de 2 x 2 metros en un sótano; celda sin ventilación ni luz natural en un espacio que no está acondicionado para recibir a una persona condenada a 30 años; posibilidad de acceso a la luz del sol sólo 2 horas cada 15 días (48 horas al año); afectación física y psicológica dadas las condiciones de reclusión; severa restricción de derecho a recibir visitas de amigos, representantes de ONG nacionales e internacionales y periodistas. El colmo de la crueldad es la severa restricción del derecho a recibir visitas familiares que incluso ha llegado recién a la prohibición de recibir a sus hijos menores de edad, quienes así estarán años sin ver a su padre.

Un régimen que trata a sus adversarios como enemigos; y que ni siquiera respeta las convenciones internacionales sobre el trato a los vencidos, es un régimen que le ha declarado la guerra a Venezuela.

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